El postparto no es lo que parece.
Nos duelen los pechos, nuestras partes, los platos sucios y el bebé que llora.
Nos duele el culo de los puntos, los cólicos, el no saber qué le pasa, o si le pasa algo, nos duele la duda eterna de si tendrá hambre, de si tendremos leche.
Nos duele la leche a borbotones, los pechos como piedras, las grietas y el poco apoyo. Nos duele la soledad, la gente que opina y el bebé que llora.
Nos duele la sangre, las hormonas revolucionadas, nos duelen nuestros llantos sin sentido (o con demasiado sentido).
Nos duele que las horas no pasen, y que el bebé pida teta cada 10 minutos, nos duele el desempoderamiento, la eterna duda de si tendremos leche.
Nos duelen los anuncios de madres perfectas, y mirarnos al espejo y ver los kilos, las estrías, las heridas de guerra. Nos duele sentirnos inútiles, solas, tristes, insuficientes.
Nos duele llorar cuando deberíamos reír, si todo está bien, por qué lloras. Nos duelen los juicios y los prejuicios.
Nos duele dar biberón, y las caras que te dicen que no lo intentaste lo suficiente, y las caras que te dicen que lo intentaste demasiado.
Nos duele cuando pones a tu hijo mayor a la teta y te dicen «¿no le quita la leche al pequeño?». Nos duelen los percentiles, los bebés delgados, la culpa.
Nos duele la falta de tiempo, los celos, las rabietas, más culpa, el bebé que llora, el niño que te reclama, y tú que no llegas.
Nos duele la tribu que no existe, la vuelta al trabajo, el bebé que llora, que no quiere biberón, y los pechos como piedras (otra vez).
Nos duele el sacaleches, el baño del trabajo, las mastitis y echar de menos a nuestros hijos.
Nos duele el alma, y el bebé que llora.
Postparto, vete a la mierda.
Soy suficiente, soy valiosa, soy buena madre. No soy perfecta ni falta que hace. Soy la madre que necesitan mi(s) hij@(s).
