Mi segundo parto: parte II

A las 9 de la mañana, las contracciones habían desaparecido casi por completo. Me fui a dar paseos por la planta, en un intento de hacer que el parto arrancase, pero no hubo manera. Mi agobio crecía por momentos, y yo estaba ya hasta el moño de falsas alarmas. Me harté de llorar mientras mi marido me animaba, y encima lo único que conseguí fue un buen dolor de cabeza.

A las 12 de la mañana me llevaron de nuevo a monitores. Todo igual, incluso estuve durmiendo bastante rato. Al terminar monitores, me pasaron a exploración. La ginecóloga me dijo que no estaba de parto (obviamente, que yo estaba como una rosa) pero que no se lo explicaba. Cuello borrado y 3 cm amplios de dilatación, cabeza apoyada. Me dijo que realmente parecía que mi mente y mi adrenalina estaban frenando que comenzara, cosa que ya sabía después de múltiples conversaciones con mi maravillosa matrona Alfonsi y mi amiga y asesora de lactancia Azu. El consejo parecía sencillo: relajarme. Pero no lo conseguía. Cada vez que empezaban las contracciones, empezaba a pensar que se iban a parar, o que no llegaba al hospital, o que iba a llegar a una inducción, o pensar en mi hija mayor que nos echaba de menos… poca oxitocina, vamos.

Le dijimos a la gine que habíamos pensado en quedarnos esa noche en la ciudad, ya fuera en casa de mis tíos o en un hotelito, y así eliminar mi miedo a parir entre olivares y viñedos. La ginecóloga nos dijo que le parecía muy bien, pero que no reserváramos nada aún, que en su opinión el parto era inminente. Pero me debió ver cara de escepticismo absoluto, porque me ofreció una «ayudita», alias una Hamilton. Y que queréis que os diga, acepté. Sabía que mi niña estaba más que preparada para nacer, que era yo el problema. Así que decidí que lo mejor para nosotras era esto. También me ofreció un poco de oxitocina, pero a eso me negué. Too much para mi body.

Dicen que la maniobra de Hamilton duele. Yo no sé si me la hizo o no, porque a mi no me dolió N-A-D-A. Puede que no me la hiciera y fuera el efecto placebo, no lo sé y tampoco quise preguntar.

Me dijo que no me sentara, que andara mucho y sobre todo que me relajara. Que una vez comenzara, ella creía que iba a ser rapidísimo.

Salimos del hospital y tuve una cosa clara: necesitaba a mi hija mayor conmigo. Llamamos a mis padres y les dijimos que la trajeran y ellos aprovecharon y se vinieron con mis hermanos.

Mientras esperábamos, nos recorrimos la calle principal y la plaza del pueblo, una vez y otra y otra…

Continuará…

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Luisa Racero

Luisa Racero

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